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lunes, 23 de octubre de 2017

Dormidos



Un buen día fui con mi abuela a visitar el sepulcro de mi abuelo. 
A decir verdad, el abuelo no se encontraba allí. 
Visitamos la tumba. 
Un operario la fregó con su apagada bayeta dándole algo de decencia. 
Arrancó algunos hierbajos que crecían a su alrededor. 
Frente a mí, una yedra descendía como una tarde triste. 
A uno de los lados, unos frondosos cipreses se nutrían con el alimento de los muertos. 
Un cielo sin aves de las ocho de la mañana parecía próximo a encenderse. 
Mi abuela rezó y se quejó: -Ay Manuel-, dijo entre lamentos. 
Su semblante retornó a la tristeza y vi como su apariencia menguaba. 

No sospechaba ella que pocos días después moriría 
y que yo tendría que adueñarme de su pena y de sus lamentaciones. 
Tuve que meter en mi cuerpo a ambos. 
Llorar por el abuelo y por ella. 
Hoy los dos descansan en mi corazón 
y no pueden despertar.


Canet

1 comentario:

  1. Muy emotivo me ha llegado.
    Me recuerda a la muerte de la mía, el día que murió yo la estaba arreglando el movil. Y diez horas después la veía tan guapa tras el cristal, que le vamos a hacer la muerte es parte de la vida.

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